Teníamos fecha para el 21 de mayo. Todos apostaban a que llegarías antes, ya que bailamos, ejercitamos, pintamos, paleamos, teníamos una vida muy ocupada y activa. Pese a lo que comentaban, no querías salir de la comodidad de mi vientre. Se cumplió el tiempo y aun no manifestabas señales de querer dejar mi cuerpo.
Día 21 de mayo, estábamos en casa de mis padres, veíamos un programa de televisión. Yo no dejaba de pensar en ti, en cómo serías. Tenía mucho miedo, a pesar de que te deseé, te deseamos, desde mucho antes de ser concebida.
Me fui a acostar, al parecer no llegarías en la fecha dicha por los médicos. Estábamos a punto de apagar las luces y dormir, cuando me levanté para ir una última vez al baño. En los últimos meses creo que pasé más horas en el baño que durmiendo. Me levanté de la cama y creí que la urgencia me había causado un accidente. Me toqué con vergüenza, esperando que ni mi mamá ni mi hermana, que estaban en el dormitorio, se hubiesen dado cuenta de mi problema. Pero no era lo que pensaba, era líquido amniótico y ya se estaba acercando la hora de conocerte. No sé si fue porque ya se había cumplido el tiempo, porque escuchaste cuando te decía que ya estaba cansado mi cuerpo y quería tenerte en mis brazos, o por la caída que había tenido el día anterior, pero se rompió la fuente y tuvimos que partir rápidamente al hospital. En el auto de tu abuelo teníamos lista la maleta con todo lo que le piden a las mamás para internarlas, lo llevábamos a todos lados desde un mes antes de tu llegada, creyendo que en cualquier momento querrías mostrarte.
En el camino llamé a tu papá, quien partió veloz hasta nuestro encuentro.
En la sala de atención de urgencia de maternidad confirmaron que ya estábamos listas para ser hospitalizadas. Alcancé a despedirme de todos y de ver a tu papá. Un beso y nos fuimos a una sala llena de mujeres llorando, sufriendo, retorciéndose de dolor. Yo no sentía nada, solo miedo. Me pusieron la vía del suero en el brazo, me acomodaron en mi puesto y esperé. Esperamos mucho. No teníamos contacto con nadie. Reflejado en las ventanas del edificio del frente podía ver el cielo, así sabía qué hora aproximadamente era. Tomé un baño y volví a la camilla.
Se hizo de madrugada, mañana, medio día. Nada. Inducción con Misotrol. Nada. Unas cuántas horas más. El cielo se veía más oscuro, probablemente las 18:00 horas. Sentía molestia en el abdomen, pero ni señas de las contracciones. Pensaba en tu papá, en nuestros animales, en mis papás, mi hermana, en mi abuela, que se había ido de este mundo cinco meses antes, en ese mismo hospital, seguro estaba ahí acompañándonos y guiándonos con su experiencia. Pensaba en todo lo que se nos acercaba.
Ya era de noche nuevamente y seguías cómoda. De pronto una enfermera dice mi nombre, la miro y me entrega una carta, era de tu papá. Decía que todos los animales estaban bien y que había ido a verlos, a cambiarse ropa, alimentarlos y ya estaba de vuelta, esperándote. De esta forma nos comunicamos. Gracias a esa enfermera, cuyo nombre ya no recuerdo, el ajetreo y las hormonas me hicieron olvidar ciertas cosas, gracias por haber cedido a ser nuestra mensajera de amor.
21:00 horas y los dolores comenzaron. Intenté resistirme, pero fueron muy fuertes. A las 22:00 me vieron sufriendo en silencio y decidieron inyectarme la anestesia epidural, creyendo que tendrías un nacimiento por parto, el dolor de mi útero era tan fuerte, que no sentí el dolor de la anestesia entrando en mi cuerpo. Esperamos unos minutos y nada de dilatación. El monitor empezó a mostrar que estabas con bradicardia.
-Mamita, tendremos que operar - Me dijo la doctora a cargo del turno de la noche. Asentí, no era lo que había planeado, pero sabía que era por tu bien.
Todo pasó muy rápido, entre varios me cambiaron cuidadosamente de camilla. En el camino las otras mamás me daban ánimo. Corrimos a la sala de operaciones. Todo como en las películas, focos muy blancos en el techo pasaban rápidamente, uno tras otro. Me volvieron a cambiar de camilla. Llegó nuevamente el anestesista.
-¿Y no le había puesto anestesia recién?
-Sí, es que esta niña no quiere nacer- dije. Reímos y siguió con su trabajo. Debía ponerme la "raquidea", anestesia indicada para procedimientos quirúrgicos de este tipo.
Me ataron de pies y manos. Comencé a sentir mucho frío y ansiedad. Una matrona se sentó cerca de mi cabeza y me acariciaba.
-¿Pueden dejar entrar a mi esposo?
-Tranquila, lo fueron a buscar.- Respondió ella con mucha calma.
Seis personas: una cirujana, el anestesista, dos o tres practicantes de cirugía, matrona, ginecólogo, alrededor de mi mesón de cirugía. Podía mover mis pies, tuve miedo de sentir cuando atravesaran mi piel con el bisturí. Afortunadamente solo era miedo y no sucedió.
Escuché la voz de tu papá. Venía vestido igual que todos los profesionales en la sala. Se puso en el lugar de la matrona amorosa y ahora las caricias eran de parte suya.
Te sacaron. Defecaste mientras salías. Lloraste muy despacio. Quería verte.
Te acercaron y escuché más alto tu voz. Tus ojos enormes, mirando a todas partes. Temblabas. Te pusieron en mi hombro.
-¿Qué pasa mi amor, por qué llora? Acá está mamá. Bienvenida.- Te dije con amor y te besé. Te calmaste. Estabas cubierta de sangre y placenta. Dejaste mi cara y ropa manchadas. Llegaste a las 23:47 horas del 22 de Mayo 2018.
Te llevaron para que pudieran terminar con el procedimiento. Contigo se fue tu papá. Yo deseando que terminaran pronto, para poder tenerte a mi lado.
-¿Ahora me harán la liposucción?- Bromeé. Todos se rieron. El tiempo desde ahí pasó muy rápido. Me llevaron a la sala de recuperación, para que durmiera un rato, pero yo solo quería estar contigo. Miré por la puerta de entrada y vi pasar a tu papá. Me quedé tranquila al saber que él también podría ir a descansar, su guardia había sido eterna y extenuante. El cansancio me venció.
A las 3:00 am desperté y te llevaron, para que tomaras teta. Nos reencontramos. Nos miramos. Nos disfrutamos. Desde ese minuto nunca más nos separamos.
Así fueron tus primeras horas, mi bebé, así fue como llegaste a este mundo loco.